Das Erste Spanische Lesebuch für Anfänger (Spanische Lesebücher) (German Edition)
encendió la sirena. Con la sirena puesta pasaron por edificios, coches y autobuses. Francisco Seijas hizo parar al coche azul. El sargento bajó del coche policía y se acercó al conductor temerario. David y Robert le siguieron.
–Soy el sargento Francisco Seijas. El carné, por favor –dijo el policía al conductor.
–Aquí lo tiene –el conductor mostró su carné– ¿qué pasa? –preguntó enfadado.
–Estaba conduciendo a ciento veinte kilómetros por hora, en la ciudad. La velocidad máxima es cincuenta –dijo el sargento.
–Bueno. Sabe, acabo de lavar mi coche. He ido un poco más rápido para que se secara –dijo el hombre con una sonrisa traviesa.
–¿Es caro lavar su coche? –preguntó el policía.
–No. Cuesta doce euros –dijo el conductor.
–No se sabe los precios –dijo el sargento Seijas– en realidad le cuesta doscientos doce euros, porque pagará doscientos euros para secarlo. Aquí tiene la multa. Que tenga un buen día –dijo el policía. Le dio el carné y la multa de doscientos euros por pasar el límite de velocidad y volvió al coche de policía.
–Francisco, tienes mucha experiencia con conductores temerarios ¿verdad? –preguntó David al policía.
–He conocido a muchos –dijo Francisco y arrancó el motor– primero parecen tigres enfadados o zorros listos, pero después de hablar con ellos se parecen más a gatitos miedosos o monos tontos. Como este del coche azul.
De mientras un pequeño coche blanco conducía lentamente por una calle cerca del parque de la ciudad. El coche paró cerca de una tienda. Bajaron un hombre y una mujer y se acercaron a la tienda. Estaba cerrada. El hombre miró a su alrededor. Después sacó rápidamente unas llaves e intentó abrir la puerta. Finalmente la consiguió abrir y entraron.
–Mira, cuántos vestidos –dijo la mujer. Sacó un bolso grande y empezó a meterlo todo dentro. Cuando ya no cabía más en el bolso, lo llevó al coche y después volvía a la tienda.
–¡Cógelo todo! Vaya, que sombrero más bonito –dijo el hombre. Sacó un gran sombrero negro del escaparate y se lo puso.
–¡Mira este vestido rojo! ¡Me encanta! –dijo la mujer y se puso el vestido rápidamente. No le quedaban más bolsos. Así que cogía todo lo que podía con las manos, iba corriendo fuera y lo metía en el coche. Después volvía corriendo para ir a buscar más cosas.
El coche de policía P07 iba lentamente por el parque de la ciudad, cuando la radio sonó: –Atención, todas las unidades. Hay una alarma de robo en una tienda cerca del parque de la ciudad. La dirección es Calle del Parque 72.
–Aquí P07 –dijo Francisco por micrófono– estoy muy cerca. Voy allí.
Encontraron la tienda rápidamente y se acercaron al coche blanco. Después salieron del coche y se escondieron detrás. La mujer con el vestido rojo salió corriendo de la tienda. Dejó algunos vestidos encima del coche de policía y volvía a entrar en la tienda. Lo hizo todo muy rápido, ni se dio cuenta que era un coche de policía.
–¡Maldita sea! He olvidado mi arma en el cuartel de policía –dijo Francisco. Robert y David miraron al sargento Seijas y después se miraron el uno al otro con sorpresa. El policía estaba muy confundido. David y Robert entendieron que necesitaba ayuda. La mujer volvía a salir corriendo de la tienda, dejó más ropa en el coche de policía y volvió a desaparecer. Después David le dijo a Francisco: –Podríamos fingir que tenemos armas.
–Bien, lo intentamos –contestó Francisco– pero no os levantéis. Quizá los ladrones tengan armas– dijo y después gritó: –¡Policía! ¡Pongan sus manos en alto y salgan lentamente de la tienda!
Esperaron un minuto, pero nadie salía. Entonces Robert tenía una idea.
–¡Si no salís, soltaremos nuestro perro policía! –gritó y ladró como un perro grande y enfadado. Los ladrones salieron inmediatamente con las manos en alto. Francisco les puso las esposas y los hizo sentarse en el coche de policía. Después le dijo a Robert: –Ha sido una idea genial fingir que teníamos un perro. Sabes, ya había olvidado mi arma dos veces. Si se enteran que la he olvidado una tercera vez, igual me despiden o me hacen hacer trabajo de oficina. ¿No lo vais a contar a nadie, ¿no?
–Claro que no –dijo Robert.
–Nunca –dijo David.
–Gracias por vuestra ayuda, chicos –Francisco les dio la mano.
Die Polizeistreife (Teil 1)
Am nächsten Tag kamen Robert und David um
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