Das Zweite Spanische Lesebuch (Spanische Lesebücher)
miró a Paul. Paul no tuvo tiempo de contestar porque el policía pisó abruptamente el freno.
"Ahí hay un Ford azul," dijo el policía, "Su mujer tiene un Ford azul de este modelo. Tenemos que comprobarlo. ¡Ven conmigo !" el policía miró a Rost. Salieron del coche y caminaron hacia el Ford azul. El coche estaba vacío. El oficial de policía comprobó el número de matrícula en la radio. El número era falso. El policía pidió refuerzos.
"Puede que estén ahí," dijo el policía, señalando un gran hangar. Entraron en el hangar, donde había varios aviones pequeños. En uno de ellos había gente. El policía señaló el avión a Rost, sacó una pistola y fue hacia el otro lado. Rost también sacó la pistola y caminó desde el lado opuesto hacia el avión en el que había gente. Pero entonces vio la cara de un niño en la ventanilla de otro aeroplano. Rost caminó despacio hacia el avión y abrió la puerta. En su interior estaban Arthur Stravinsky, su mujer y su hijo. El hombre intentaba poner en marcha el avión, pero levantó las manos cuando vio que Rost llevaba una pistola. Rost los miró atentamente durante un largo espacio de tiempo. Entonces fue al tablero de mandos y arrancó el motor.
"No pierdan tiempo," le dijo al hombre. El hombre puso las manos lentamente sobre el tablero de mandos. A continuación el avión empezó a avanzar hacia la puerta del hangar. El policía corrió hacia él, disparando. Paul Rost se tiró sobre el policía y cayó con él al suelo.
"¡Puedes matarlos a todos si le das al tanque de combustible!” gritó Paul al policía. Éste apuntó con su pistola a la cara de Rost y disparó. Ya ha acabado todo…
"¡Levanten las manos y salgan del avión!" Rost escuchó la voz del policía, "Paul, ¡apártate y manténlos en tu blanco de tiro!"
Paul Rost todavía estaba al lado del avión, apuntando con su pistola al hombre que estaba dentro, cuando el policía se le acercó por detrás. Paul no se separó del avión. Permaneció allí y miró al niño y a su padre. El niño fue junto a su padre y le rodeó el cuello con el brazo, mirando a Rost.
"Papá, ¿qué quiere ese señor?" le preguntó a su padre. Arthur Stravinsky miró a Rost sin bajar las manos. No podía salir del avión, porque Rost estaba justo al lado de la puerta.
"Rost, ¡apártate inmediatamente del avión!" gritó el policía.
"Papá, ¿qué quiere ese señor?" volvió a preguntar el niño. El hombre miró a Rost y al policía sin dejar caer las manos. Era evidente que tenía miedo de que el policía disparara. Quería salir, pero Rost estaba justo al lado de la puerta y no se apartaba.
“Rost, ¡apártate inmediatamente del avión!" repitió el oficial.
Rost fue al tablero de mandos y puso el motor en marcha.
"Detective Paul Rost, ¡baje la pistola y apártese del avión!" gritó el policía, disparando al aire.
"¡No pierdan tiempo!" gritó Rost, y cerró la puerta del avión. Dejó caer su pistola al suelo, se volvió al policía y levantó las manos.
"¿Quieres arrestarme? Adelante," dijo Rost al policía. El avión fue hacia la puerta del hangar. Pero en ese momento apareció junto a la salida un gran grupo de oficiales de policía en coche. Bloquearon el paso al avión. El hombre detuvo el avión para no poner en peligro la vida de su mujer y su hijo. Salió con el niño, que continuaba colgando de su cuello. Su mujer se acercó a él y empezó a separar al niño, quien empezó a llorar. Paul se dio la vuelta para no ver ni oir nada. Salió del hangar. El jefe de policía se le acercó.
"Así que, detective Rost, ¿les pasa algo a sus nervios? ¿Sabe que tengo que arrestarlo por ayudar a un criminal?" miró a Paul, "Mañana por la mañana vendrá y hará un informe," dijo, y se alejó de Paul.
Sacaron a Arthur Stravinsky del hangar para llevarlo a un coche de policía. Vio a su mujer y a su hijo, que estaban al lado del hangar. De repente se dio cuenta de que no los volver ía a ver más. Los miró y no podía apartar los ojos de ellos. Sus ojos eran como los de un loco. Luego empezó a gritar: "¡Recordadme! ¡Recordadme!," les gritó, "¡Hijo, recuérdame! ¡Recuérdame, hijo! ¡Y tú, Mary, recuérdame! ¡Recuérdame como soy ahora! ¡No me olvidéis! ¡No me olvidéis nunca!" Los policías lo metieron en el coche, pero él segúia gritando como un loco. Paul Rost miraba constantemente para el hombre. El coche se alejó, dejando atrás a la desconsolada mujer y al niño.
Rost volvió a
Weitere Kostenlose Bücher