Das Zweite Spanische Lesebuch (Spanische Lesebücher)
fuerte aguacero. El agua golpeaba fuertemente las ventanillas y el capó. Los relámpagos seguían acercándose .
"Será mejor parar y esperar a que pase la tormenta" sugirió el guarda al conductor.
"¡No hay tiempo!" respondió, "¡Tengo que ir a dos sitios antes de las cinco!"
Pasaban por delante del aeródromo cuando un rayo alcanzó un gran árbol junto a la carretera. Justo en aquel momento el furgón pasaba al lado del árbol, así que el rayo también los alcanzó a ellos. El estruendo infernal y el choque eléctrico aturdieron a todos los ocupantes del furgón. Éste se incendió, se salió de la carretera y volcó. Arthur Stravinsky fue el primero en recuperar la consciencia y miró a su alrededor. El fuego era cada vez más fuerte. Las demás personas yacían sin sentido. Extendió la mano a través de los barrotes y sacó la llave del bolsillo del guarda. A continuación abrió las esposas y los barrotes y trepó fuera. Cogió la pistola de uno de los guardas y se la metió en el bolsillo. La lluvia y los relámpagos continuaban. No se veían coches alrededor. Stravinsky se alejó corriendo del furgón, pero después se detuvo y miró atrás. La gasolina fluía fuera del furgón y el fuego era cada vez más fuerte. Rápidamente regresó al vehículo y empezó a sacar a Rost. Vega y otro guarda recuperaron la consciencia y comenzaron a salir del coche. Vega salió y se deslizó inmediatamente en el interior del bosque que bordeaba la carretera.
"Sácalo del furgón," ordenó el guarda a Stravinsky, señalando a otro guarda que todavía permanecía en el furgón incendiado. Stravinsky tiró del guarda y lo depositó en el suelo. El guarda no se movía. Después Stravinsky sacó Rost y también lo puso en el suelo. El guarda cogió la radio para pedir ayuda, pero Stravinsky lo apuntó con la pistola.
"¡Ponga la radio en el suelo!" gritó. Rost abrió los ojos y miró a Stravinsky.
"Stravinsky, no dispare," dijo en voz baja. Estaba herido y no podía levantarse.
"No va a disparar," dijo el guarda en voz baja, "Es un buen chico. ¿Verdad, Stravinsky?" el guarda se acercó a Stravinsky, le sacó la pistola de la mano y golpeó a Stravinsky en la cara con ella. El prisionero cayó al suelo. El guarda acercó la radio lentamente a su cara y pidió ayuda, mirando a Stravinsky. A continuación sacó una porra de goma y empezó a golpearlo.
"¡No vuelvas a hacer eso!" gritó, y continuó golpeándolo, "¡No vuelvas a hacerlo! ¡Cuando vuelvas a prisión te enseñaré a comportarte!"
"¡Pare! ¡Lo va a matar!" gritó Rost. El guarda se detuvo y miró hacia él. Después se dobló y se limpió la cara con la mano.
"Rost, ¿quién eres tú para dar órdenes?" preguntó, "¡Estás arrestado y debes obedecer! ¡Detenido Rost, levántate!" orden. Rost miró al guarda en silencio. No podía levantarse porque estaba herido. El guarda sonrió y empezó a golpear a Rost con la porra. Rost se cubrió la cabeza con las manos y empezó a gatear debajo del coche volcado para protegerse de los ataques. En aquel momento se oyó un tiro. El guarda se detuvo y miró a Stravinsky, quien empuñaba la pistola que le había sacado al otro guarda.
"¡Apártese de él!" le gritó al guarda.
"Stravinsky, ahora nunca verá su nueva prisión," dijo el guarda, sacando rápidamente una pistola, pero Stravinsky le disparó y el guarda cayó. Stravinsky levantó a Rost: "Paul, tengo que irme. Lo siento," dijo.
"Ayúdeme, tengo que terminar una cosa. Coja la radio y vámonos," dijo. En la distancia se oían sirenas de policía. Paul Rost no podía caminar rápido con una pierna herida, así que Stravinsky lo llevó hacia el bosque. Cuando ya habían recorrido una corta distancia alejándose de la carretera y se dieron la vuelta para elegir una dirección, escucharon un tiro y Stravinsky cayó. El guarda, que había disparado desde detrás de un árbol, lo hirió en el hombro. Rost le ayudó a levantarse y siguieron. Stravinsky y Rost caminaron un poco más lejos y vieron unas vías de tren. Había un tren sobre la vía. Subieron a uno de los vagones esperando que el tren partiría pronto, pero pasaba el tiempo y el tren no se movía. En la distancia oyeron el aullido de las sirenas y los ladridos de perros de búsqueda. Al fin el tren empezó a moverse.
Alrededor de cinco kilómetros más allá del lugar en que Stravinsky y Rost habían subido al tren había un cruce de vías, donde se hallaban varios coches detenidos. La
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