Das Zweite Spanische Lesebuch (Spanische Lesebücher)
cayeron al suelo. A partir de ese momento todo sucedió muy rápido. Lisa le gritaba algo, las pistolas disparaban cerca, el teléfono sonaba sin cesar en su bolsillo.
"¡Corre, Paul, corre! ¡Más rápido!" pidió Lisa, lo agarró por el brazo y lo arrastró hasta el coche. Paul corrió tras ella y entró en el coche. El coche bajó la calle a toda velocidad. El teléfono sonaba sin parar.
"Paul, ¡tu teléfono está sonando!" dijo Pandora.
Paul sacó el teléfono y contestó. Era Andrew.
"¡Paul! ¿Dónde estás? ¡Oigo disparos! ¿Estás bien?" gritó Andrew al otro lado.
"Sí, estoy vivo," dijo Paul.
"Gracias por la información sobre el avión. Era la mafia. Querían capturar una de las provincias libias. Casi todos fueron asesinados nada más aterrizar. ¿Me oyes, Paul?" continuó Andrew.
"Sí, te oigo," dijo Paul.
"No apagues el teléfono. Podemos verte por satélite. Pronto nuestros chicos te traerán a casa. ¿Me oyes?" gritó Andrew.
"Sí," respondió Paul, y en ese momento vio a Ashur y a su padre en el suelo. Ashur estaba gravemente herido. Su padre estaba atendiéndolo. Paul se metió el teléfono en el bolsillo.
"Dispararon al coche de Ashur. Los saqué de allí. Si no, los habrían matado," Lisa miró a Paul, "¿Quién llamó?"
"Mi madre. Me preguntó cuándo voy a ir a cenar," respondió Rost.
Lisa puso su mano en la de Paul.
"Me gusta que puedas bromear incluso ahora," sonrió.
Su coche circulaba a toda velocidad por la arena. Dejaron atrás el pueblo.
"¿A dónde vamos?" preguntó Paul.
"No me importa a dónde. Solo quiero estar contigo," dijo Pandora, "Ahora vamos hacia la provincia vecina. Hice un acuerdo con Ashur. Nos repartiremos el dinero a partes iguales, y a mí me nombrarán primer ministro," dijo Pandora.
Paul la miró. No estaba sorprendido por lo que había dicho. Simplemente no podia comprender de qué estaba hablando.
"Ashur tiene unos cuantos amigos en esta provincia. Están liderando la revolución aquí," continuó Pandora, "Quieren que Ashur sea el presidente del nuevo país."
Paul estaba seguro de que nada podría ya sorprenderlo. Pero esta noticia lo sorprendió enormemente.
"¿Ashur va a ser el presidente del nuevo país?" dijo.
"Sí, Ashur va a ser el presidente del nuevo país," le dijo ella. "¡Ahora Libia ofrece muchas oportunidades a la gente con talento!"
"Probablemente lo hirieron de gravedad si quiere ser presidente," dijo Rost.
"Sí, Ashur será presidente," dijo Lisa, cambiando la palanca de marchas, "¡Y yo seré primer ministro!" añadió.
"¿Puedo ser yo el ministro de sanidad de tu gabinete?" sonrió Rost, señalando su bata de médico.
"Posiblemente. Ya veremos," dijo Lisa. Pero vio la sonrisa en los ojos de él y dijo, “A veces estamos mucho más cerca de nuestros sueños de lo que pensamos.”
"¿Cuándo te diste cuenta de que tu sueño era convertirte en primer ministro? Creo que no debió de ser hace más de una hora," dijo Rost.
"No es tan sencillo, Paul," lo miró ella seriamente, "Este tipo de cosas hay que planearlas con tiempo. Lo supe cuando comimos pizza en mi casa. Incluso lo sabía ya tres meses antes de eso. John Vega, Peter Ashur y yo lo planeamos juntos. Cogimos el dinero del banco para pagar a los soldados. Los soldados tienen que apoyarnos en nuestro nuevo estado. Hay mucho dinero en juego, Paul. Aquí hay mucho petróleo. Y este petróleo ya no tiene un jefe poderoso,” dijo.
"Tú, Ashur, y Vega estabais bien preparados. ¿Y cuál será el puesto de Vega en tu gobierno en el nuevo país?” preguntó Paul. Pandora miró a Paul, pero no respondió .
Ein Steinwurf des Schicksals
Lisa fuhr Peter Ashur nach. Eine Schießerei ging auf der Straße los. Paul stand und schaute aus dem Fenster. Alles, das passierte, schien ein Traum zu sein. Auf einmal fühlte er, dass er Mitten in Afrika allein gelassen wurde. Die Zeit hatte angehalten und er stand still. Die Leute um ihn lagen und schauten ihn an. Ärzte halfen ihm, aber er bemerkte niemanden. Er fragte sich auf einmal, was er hier machte, in einer kleinen Stadt mitten in der Sahara. In diesem Moment öffnete sich die Tür und ein Mann kam herein. Jeder schaute ihn sofort an. Muammar Gaddafi ging langsam in die Mitte des Raumes. Er trug einen Verband um seinen Kopf und seinen Arm. Sein Gesicht zeigte Leiden, aber er achtete nicht darauf. In seinem Blick lagen Autorität und Macht. Der Mann, der das Land seit mehr als vierzig Jahren regierte, war immer noch
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